“No compartas el bocadillo, «no toques la barandilla”, “lávate las manos cuando vayas al servicio”, “que nadie toque tus pinturas”, “no toques, no toques”… Son los nuevos mandamientos de la vuelta a las aulas este curso.
Tras más de medio año de convivencia con la COVID-19, numerosas campañas de concienciación por parte del Gobierno, reducción de aforos en locales, abastecimiento (y desabastecimiento) general de mascarillas y gel hidroalcohólico… ¿ahora qué?
Parte del estancamiento en “dar a conocer” el virus por parte de las autoridades es la falta de reflexión sobre dos conceptos cuyos significados se diluyen con facilidad: la conciencia y la consciencia. Pues bien, vamos a ver en qué consisten.
La conciencia se refiere al “conocimiento del bien y del mal que permite enjuiciar moralmente la realidad y los actos”. A estas alturas, todos sabemos que no llevar mascarilla está mal y que mantener la distancia interpersonal está bien, por ejemplo.
Vayamos, entonces, un paso más allá. Hablemos de la consciencia. Este concepto se refiere a “la capacidad de reconocer la realidad circundante y de relacionarse con ella”. Escapa de la moral entre el bien y el mal, tiene más que ver con nuestra relación con el entorno.
De este modo, aún teniendo conciencia (sabiendo cómo comportarnos), puede que actuemos inconscientemente.
La vuelta a las aulas ha supuesto para familias y educadores un quebradero de cabeza para que los más pequeños asuman nuevos hábitos que, en gran parte, van en contra de su propia condición. Experimentos sencillos como el de la pimienta que “huye” del jabón o la rebanada de pan mohosa que representa unas manos sucias pueden ser un primer paso para la concienciación, pero posiblemente no sean determinantes.
En este sentido, las ciencias conductuales pueden darnos algunos trucos para que los niños sobrelleven mejor estos nuevos hábitos. En 2008 los autores Thaler y Sunstein asentaron la Teoría Nudge, (el primero ganaría años más tarde el Nobel de Economía). Esta propone dar “pequeños empujoncitos” para inducir acciones o decisiones beneficiosas para uno mismo y la sociedad. Se trataría de intentar dar respuesta a nuestro comportamiento inconsciente para hacer que remitan las malas decisiones que podemos tomar en nuestro día día por costumbre o por falta de tiempo.
Algunos ejemplos de nudges o empujoncitos
Veamos algunos ejemplos de cómo esta teoría puede alentar a cumplir medidas de higiene en los colegios:
1. El lavado de manos
Uno de los motivos por los que el lavado de manos puede ser ineficaz es porque no vemos la suciedad que hay en ellas (no me refiero, por ejemplo, a las migas de las galletas). La “conscienciación” de que el virus llega a cualquier parte puede partir de una pegatina en los lugares con más contacto, como los pomos de las puertas. Si los niños son conscientes de que han tocado una superficie sucia, será más probable que se laven las manos.
2. El dispensador de gel
Otro nudge que puede llevarse a cabo es el uso de pisadas que dirigen al lavabo o dispensador de gel. Las señalizaciones en el suelo han sido empleadas en colegios para diferentes usos, como el fomento de actividad física o la señalización de lugares importantes como las papeleras.
3. En los baños
Otro conocido ejemplo de nudges adhesivos es el de la mosca en los urinarios masculinos para “afinar la puntería” (e, indirectamente, ahorrar costes de limpieza).
4. Sentarse en el aula
Estos adhesivos también pueden ayudar a los más pequeños a recordar el sitio donde se sientan en el aula. Por ejemplo, coloreando una silueta de sus propias manos para que así identifiquen su dibujo en el lugar donde deben sentarse.
5. Medir el tiempo
Por otro lado, la duración del lavado debe ser también la adecuada (según la OMS, de 20 segundos). Existen algunos ejemplos de recursos que orientan este tiempo, como el que consiste en cantar dos veces el Cumpleaños Feliz.
Plantear un entretenimiento que sirva de cronómetro para animar a los niños a frotarse bien las manos puede ser de gran utilidad. Por ejemplo, un reloj de arena en el que, según pasa el tiempo, deje ver un dibujo o un muñeco que se “desentierre”. Por supuesto, la opción de cantar no la descartamos.
La improvisación, en el contexto de los colegios, está siendo inevitable. La falta de recursos, de conocimiento sobre el virus y la sobrecarga para docentes y familias dificulta la adopción de pautas entre los más pequeños.
Estos pequeños empujoncitos pueden ser grandes aliados para que la convivencia entre los niños y el virus sea, al menos, diferente. Estas herramientas, por su propia naturaleza simple y no muy costosa, pueden ser adaptadas en otros contextos para fomentar la alimentación saludable, el deporte o las normas de circulación. En definitiva, para el bienestar común.
Autor:
Investigadora. Comunicación Audiovisual, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.